Conoce la danza de las pastoras otomíes, su importancia y la gran fiesta popular alrededor de la fe.
Todas las personas van llegando, cargan litros y litros de mole, tortillas, piezas de pollo, cerveza, refrescos, agua de sabor, nieves. De fondo se escucha la misa, los feligreses se congregan. Es la comunidad de San Ildefonso y es un día importante: la fiesta de su santo patrono.
Las ofrendas lucen por todos lados, la misa y la procesión reaniman la fe, mientras expectantes, los pobladores y pobladoras brindan respeto a la celebración de San Ildefonso. Es 24 enero y a pesar del sol, el clima es fresco. Luego de la procesión viene la danza con sus compases.
Son 16 sones los que ejecutan los músicos y el tambor es el que lleva la orden. Solo participan mujeres en el baile más grande, son unas 20 mujeres, aunque hay una pequeño grupo de cinco hombres, en una esquina de la explanada del templo principal. Sin embargo, niñas, adultas, ancianas, de todas las edades, la danza es de las mujeres y ellas llevan el ritmo, la alegría, la fe y el interés de los espectadores.
Visten orgullosas un traje típico hecho por ellas mismas. El sombrero es colorido, no pasa desapercibido, es tan ornamental y colorido, con esos moños, esas flores y esos listones que caen como cascada por todo su vestido. En mano va el bastón encascabelado, simbolizan a las pastoras y también luce vistoso.
Ya después sigue la hora de comer. Se ofrece alegremente la comida y entonces se abren esas cubetas llenas de mole, la gente –plato en mano- se abalanza sobre los cargadores que ofrendan a sus hermanos, de otros pueblos, de pueblos vecinos, de pueblos lejanos. Y la fiesta sigue, con la verbena y los juegos mecánicos donde los chiquillos son felices y gritan y cantan. Y ahí, en San Ildefonso, se conserva y se preserva una tradición otomí que alegra los corazones de la gente.
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