Nunca me hubiera imaginado remar un kayak. Siempre pensé que era para personas con mucha condición física y experiencia, y yo, la verdad, no tengo ninguna. Aun así, decidí probar algo totalmente diferente: Kayak Querétaro, en la presa Santa Catarina ubicado en Santa Rosa Jauregui.
En primera instancia, la presa me pareció bastante agradable. El contraste que se hacía entre las montañas y los pelícanos que se encontraban ya fuera de ala en ala o sólo observando, era simplemente increíble al igual que la calma que se podía sentir entre la brisa.
Honestamente, la idea de hacer kayak, me daba miedo, pero también me daba curiosidad ver si podía lograrlo. Así comenzó una aventura que no solo me retó físicamente, sino también mentalmente, impulsándome a salir de la rutina.




Se inició con un pequeño recorrido por las instalaciones, entre ellas, se encontraba el taller del kayak, donde se realiza todo este proceso de armar un kayak desde cero. Por lo cual había uno en particular nombrado Makech, que precisamente formaba parte de la colección, siendo este uno de los primeros en construirse.
Algo que me sorprendió es que los kayaks del lugar están diseñados y fabricados por ellos mismos. Rafael Mier Maza, el creador, aprendió kayak en California pero no le gustaban los modelos que había allá, así que decidió hacer los suyos. Hoy su marca domina gran parte de los kayaks de competencia en México, y tienen de todo: kayaks de mar, de travesía, surf y hasta K1 olímpicos. Además, el taller combina fibra de carbono para kayaks ligeros y fibra de vidrio para los más resistentes. Rafael y su equipo llevan más de diez años promoviendo el deporte y participando en competencias nacionales e internacionales. Conocer su historia me hizo valorar aún más la pasión y el esfuerzo detrás de cada embarcación que toca el agua.
Después de un rato, empecé a sentir que podía controlar el kayak. Sí, los brazos dolían y estaba cansada, pero había algo muy satisfactorio en lograr algo que jamás pensé que podría. Entre miedo, juegos de remo y risas compartidas, descubrí que el kayak no es solo un deporte: es una experiencia que te hace salir de tu zona de confort y disfrutar del entorno como nunca. En definitiva, cada remada me acercó más a una versión de mí misma que se atreve a probar, aprender y disfrutar sin miedo.
Edgar, uno de los kayakistas de la zona, iba acompañado de su perrito llamado Lockie, que ya era todo un experto y que tan solo de ver la presa y el kayak, siendo este uno de los momentos más emotivos de la experiencia; pero, ahora era nuestro turno de vivir plenamente la experiencia.
Una de mis amigas y yo pedimos un kayak doble, y desde el principio no tenía idea de cómo usar los remos. Y fue ella quien terminó siendo la que nos mantuvo a flote mientras yo trataba de coordinar los movimientos sin volcar el kayak. Cada tambaleo era un recordatorio de que no estaba acostumbrada a este tipo de actividad… pero también nos sacaba una que otra risa. Para hacerlo más entretenido, inventamos un pequeño juego de remo: “izquierda, izquierda, derecha, derecha”. Lo cual funcionó para concentrarme y seguir a flote. De esta manera, entre risas y tropiezos, el miedo inicial empezó a transformarse en confianza.
Los primeros minutos fueron complicados. Mis brazos se cansaban rápido, el equilibrio era un reto y dudaba si iba a aguantar más de cinco minutos. Pero después de insistir un poco y seguir las indicaciones de mi amiga, empecé a encontrar el ritmo. No fue fácil; fue paciencia, concentración y algo de fuerza. Y aunque estaba cansada, no podía dejar de mirar el paisaje: el agua, las montañas y hasta los pelícanos cruzando el cielo. Fue entonces cuando comprendí que remar no solo era un esfuerzo físico, sino también una forma de conectar con el entorno.
